En clases pasadas, presentamos una exposición en torno al tema de la justicia en la Edad Media, de como era considerada y aplicada. Al respecto, presentamos una serie de ejemplos que nos dejan meditando de como ha evolucionado la aplicación de las sanciones con el paso del tiempo con la creación de diversas instituciones facultadas para la aplicación de las mismas.
Los siguientes ejemplos se plasman a continuación:
En la Alta Edad Media se considera que el amor es un impulso irresistible de los sentidos, un impulso de deseo que difícilmente puede manifestarse en el ámbito matrimonial. Los paganos encuentran el origen de esta pasión en la divinidad mientras los cristianos la achacan al maligno Satán, por lo que este amor debe ser destructor. Los germanos utilizan un término relacionado con el deseo sexual: la "líbido", curiosamente siempre relacionado con las mujeres. Los códigos legales hacen referencia a este ardor sexual, hablando de las viudas: "toda viuda que libre y espontáneamente, vencida por el deseo se haya unido con alguno y esto haya acabado por saberse pierde inmediatamente sus derechos y no puede casarse con el hombre en cuestión".
La sociedad alto medieval vivía inmersa en la violencia. Aún estaban presentes en la memoria colectiva las invasiones germánicas cuando el Islam azotó algunas zonas de Europa, especialmente la península Ibérica. Pero también podían aparecer en cualquier momento bandidos -llamados baguadas en lengua galaica- que asolaban cosechas, mataban campesinos y violaban mujeres. Si caían en manos de las tropas reales estos bandidos eran condenados a muerte o a la esclavitud pero su presencia motivaba gran angustia e inquietud en la sociedad franca de la época. Estos frecuentes ataques provocarán el encastillamiento de la población, primero en sus pequeños refugios y posteriormente en el castillo del señor feudal.
Era frecuente que las víctimas de la venganza fueran expuestas de manera pública para exhibir que la obligación había sido cumplida. No en balde, las leyes hacen referencias a que "si alguien quita la cabeza de un hombre que sus enemigos han clavado en una estaca sin contar con alguna otra persona (...) tendrá que pagar 15 sueldos".
Otra muestra de la violencia alto medieval eran las injurias y los insultos. Al estar relacionado con el honor se ha llegado a legislar sobre el asunto. Si no se respondía a una injuria o insulto se daba por sentado que se aceptaba el calificativo mencionado. Las multas que se imponían por los insultos sitúan el calificativo de prostituta como el más vil ya que estaba castigado con 45 sueldos. La mención a la pederastia se castiga con 15 sueldos y el resto de calificativos relacionados con descréditos se castigan con 3 sueldos de multa: chivato, traidor, zorro, homosexual, etc.
Para solucionar este tipo de venganzas la reina Brunehaut utilizó un sistema bastante reprochable: hizo que sus sicarios mataran a hachazos, después de haberles emborrachado, a los miembros de dos familias que estaban enzarzadas en guerras de venganza.
Pero existía otro método menos violento para detener la venganza. Si la familia del finado exigía el pago de un cantidad de oro y el asesino aceptaba, se detenía la venganza. Esta acción se denominaba wergeld o composición. Sin embargo, el temor a ser considerado cobarde pesaba en numerosas ocasiones y la venganza seguía su curso.
Gracias a los numerosos penitenciales que nos han quedado podemos acercarnos con cierta facilidad al mundo del pecado en la Alta Edad Media. En estos documentos encontramos la penitencia correspondiente a cada pecado, pudiendo afirmar que la mayoría de ellos tienen en el ayuno a pan seco o recocido y agua su correspondiente penitencia. Si alguien no desea o no puede realizar el ayuno, existe la posibilidad de cambiarlo por el pago de una determinada cantidad de dinero al año. Una vez más, los pobres deben sufrir las consecuencias del pecado en sus propias carnes mientras que los ricos pueden adquirir su salvación.
Quizá sea esta la razón por la que el concilio de París del año 829 condenó los penitenciales, ordenando que fueran quemados. A pesar de la prohibición, los sacerdotes siguieron manteniendo entre sus libros algún penitencial. Según éstos, el cristianismo consideraba tres como los más grandes pecados: la fornicación -incluyendo todo tipo de actos sexuales pero haciendo hincapié en el bestialismo, la sodomía, las relaciones orales, la masturbación, variar de postura a la hora de hacer el acto sexual, el incesto y la homosexualidad femenina-, los actos violentos y el perjurio. Sin embargo, también es cierto que estos tres pecados son los más cometidos por lo que hacen referencia los textos.
Las penas pecuniarias impuestas por los penitenciales no hacen distinción social, salvo si se trata de eclesiásticos o laicos. Los sacerdotes y monjes debía ser absolutamente impolutos e impecables. En el mismo plano se colocaría el de la mujer que envenenara al marido. El castigo pasaría de un ayuno de catorce años a ayuno de perpetuo. De esta manera se igualaban -en algunos aspectos- hombre y mujer. El adulterio también sufrió un fuerte aumento en lo que a la penitencia se refiere. De tres años de ayuno pasó a seis. También en los penitenciales encontramos consejos de abstinencia sexual en determinados días: tres días antes del domingo, las cuaresmas de Pascua y Navidad y los días de fiesta.
De esta manera, el matrimonio sólo tenía unos 200 días para realizar el acto sexual. El asesinato podía ser castigado con tres o cinco años de ayuno, si el acto de violencia lo cometía un laico. Caso de un sacerdote, el ayuno se elevaba a doce años. También en los penitenciales se afirma que el esclavo que ha cometido un delito por orden de su dueño no es culpable de tal, acusando al propietario de ese esclavo de la fechoría. Incluso se llega a mencionar algunos casos de amos que matan a sus esclavos y están obligados a cumplir cinco años de penitencia.
El amo que violaba a su esclava debía manumitirla. Durante el siglo IX los actos de venganza serán muy perseguidos por la Iglesia, al igual que el asesinato de la mujer por parte del marido.
El amo que violaba a su esclava debía manumitirla. Durante el siglo IX los actos de venganza serán muy perseguidos por la Iglesia, al igual que el asesinato de la mujer por parte del marido.
Gracias a la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio se produciría un aumento de los asesinatos conyugales, práctica que antes se regulaba con la poligamia y que en estos momentos la Iglesia desea controlar.
La Iglesia también persigue el aborto, los contraceptivos, las mutilaciones y la desnudez, así como el contacto carnal durante las menstruaciones y el alumbramiento, destacando que el contacto sexual tiene como finalidad la procreación. El gran culpable de estos pecados cometidos por los débiles creyentes era el diablo, Satán.
El incesto estaba especialmente perseguido, a pesar de no tratarse de relaciones entre hermanos. Los matrimonios con parientes se consideran incestuosos, entendiendo por parentela "una pariente o la hermana de la propia esposa" o "la hija de una hermana o de un hermano, la mujer de un hermano o de un tío". El adulterio era considerado por los burgundios como “pestilente”.
La mujer adúltera era estrangulada y arrojada a la ciénega mientras que los galo-romanos establecían que los adúlteros sorprendidos en flagrante delito serían muertos en el acto "de un solo golpe". Los francos consideraban el adulterio como una mancha para la familia por lo que la culpable debía ser castigada con la muerte.
También entendían que el hombre libre que se relacionaba con una esclava de otro era un adúltero por lo que perdía la libertad, lo que no sucedía en el caso de que fuera su esclava con quien se relacionara. Curiosamente los burgundios hacían extensión de la definición de adulterio a aquellas mujeres viudas o jóvenes solteras que se relacionaban con un hombre por propia voluntad. Si el violador o el raptor son duramente castigados, el adúltero apenas recibe castigo ya que los posibles hijos de esa relación son suyos. La mujer sí es culpable porque destruye su porvenir.
Los salios imponían fuertes multas a los causantes de estos incidentes, obligando a pagar indemnizaciones a los familiares de los muertos y a los heridos. El pirómano podía ser condenado al destierro o trabajos forzados en las minas dependiendo de su condición social, según la ley romana mientras que si los daños eran graves la muerte sería su condena.
La violencia no sólo afectaba a laicos sino también a los religiosos. Conocemos el caso de las monjas del monasterio de la Santa Cruz de Poitiers que maltrataron a la abadesa y al obispo y reunieron "una tropa de hechiceros, asesinos y adúlteros" para atacar su propio monasterio. También se ha constatado el caso de un obispo de Le Mans que hizo castrar a sus clérigos por estar descontento con sus actitudes. A comienzos del siglo X la instigación del conde de Flandes motivó el asesinato del arzobispo Foulque de Reims.
Para evitar el derramamiento innecesario de sangre la ley salia establece castigos monetarios: tres puñetazos se multan con 9 sueldos; una mano arrancada, un ojo saltado, un pie cortado o una oreja cortada son 100 sueldos de multa, que se rebajan si el miembro aún cuelga.
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